No me quiero terminar el paquete
Siento que si abandono su habitación, nunca podré recobrarla. Quiero esperar a que me consuma la ansiedad, a que los dolores de cabeza me terminen de apuntalar el cráneo y el cuello se me quiebre con el mismo sonido que producen las hojas rotas. No quiero regresar. Quiero aspirar el humo cálido, esconder mi cabeza entre almohadas ajenas, reírme como desquiciada, oír cuerdas vibrantes a media tarde y murmurar incoherencias sobre párpados violetas ajenos. Hay cuatro paredes que no me pertenecen ya, pero mi sombra se sigue aferrando a un espacio-tiempo determinado por el olor a alcohol y el sabor amargo de las píldoras sustraídas a escondidas.
No me permito salir de allí. Me atrinchero en lo indeterminado, no me defino porque (me) es imposible significar algo. Entrecierro los ojos, escindo-inhalo-destrozo los malestares y los transformo en sucedáneos, caracterizaciones y evocaciones sin alma. Todo esto es mío.
Exhalo. El placer de la omnisciencia es una traición esférica. No tengo adónde ir, pero siempre hay estados precisos para perderme. Nunca persevero, no lucho por cosas que no dependen de mí.. Y ahora, que es demasiado tarde, ¿de qué sirve lamentar los daños? Ella no va a volver, él no quiso verme. Los extraño y los detesto, a ambos, pero ya no queda más que hacer.
No puedo dormir, pero el olor de las hojas quemadas me reconforta. Mi cuello se va quebrando, mis tacto se siente frío e impersonal y la gravidez de mi cabello no me pertenece ya.