Supongo que hoy podré terminar “Los Hermanos Karamazov”. Hace tiempo, durante el Simposio de Estudiantes de Filosofía, hubo un tipo cuya exposición estuvo relacionada con Kant, el rollo del Estado como Iglesia y el libro mencionado anteriormente. En un inicio me pareció que hablaba en chino japonés de lo más antiguo, pero luego fui comprendiendo poco a poco lo que quería decir, y quedé maravillada. Me encantó la analogía que hizo entre el Gran Inquisidor y el Gran Canciller, a la vez que leía extractos de la novela de Dostoievski; no obstante, lo que verdaderamente me cautivó fue la aparente suavidad e impersonalidad con la que se desarrollaba la comparación, para pasar luego a un ataque frontal (y no por eso menos exquisito) hacia Cipriani. Cosa curiosa, ¡ni siquiera se dignó a mencionarlo!
Ese día también estuvieron los del colectivo Ánima Lisa. Mayra y yo entramos en éxtasis cuando desarrollaron su ponencia, titulada “Lenguaje y Materia: la opacidad de la palabra en Artaud y Mallarmé”. Salí aturdida del evento, sentía que me había fumado el universo y no podía parar de temblar. Recuerdo que fuimos hasta la Facultad de Sociales, no sé para qué demonios, y por allí estaban Harold y Franco, tal vez nos cruzamos con el chico Gabriel. Cuando tomé el bus para irme a mi casa, eran más o menos las ocho de la noche y el frío me congelaba las manos. Me sentía dichosa, feliz, como si se me inflamaran las articulaciones y se dibujara una línea que me instaba a seguirla. Pensé “por estas cosas quiero estudiar Filo”. Unos meses atrás, sentí algo parecido cuando lo vi: me despedí, salí casi corriendo y apenas alcancé el Cocharcas, me puse a llorar y sin siquiera saber por qué demonios lo hacía. (Nota mental: en mi ipod sonaba “Bricks and mortar” de Editors. Nunca he vuelvo a estar tan feliz)
Ahora, mientras escribo esto, pienso mucho en lo que viví y lo que estoy viviendo. Quisiera ir al simposio de este año, pero probablemente me llenaría de nostalgia. Pienso regresar a la universidad el próximo año, si sobrevivo al megaterremoto y al 2012 findelmundo-todosvamosamorir. Me preocupan muchas cosas, empezando por la salud de mi madre y de mi tía… Si algo les pasara, yo tendría que vérmelas por mí misma… ¿Quién sabe? Tal vez eso es lo que me hace falta: esforzarme y aprender a valorar el sacrificio, asumir mis responsabilidades y madurar. ¿Terminaré la universidad? Quiero hacerlo, pero ¿se darán las condiciones necesarias? ¿Me apoyará mi familia? ¿Seré inconstante de nuevo? ¿Por qué siento tanta culpa? A veces simplemente quisiera dormir y no despertar.
Estoy leyendo más que lo usual (siete libros en tres semanas). Cuando leo, llega un momento en que dejo de estar consciente de que soy yo, y siento como si mis ojos pasaran a moverse por sí mismos. Necesito aprender a concentrarme, pero no solo en las cosas que me interesan o me gustan (he allí un gran defecto mío). Necesito dominar mis impulsos, mis rabietas, mis juicios apresurados y esa tendencia a ofenderme e indignarme con facilidad. Cuando leo, me libero de dudas y culpas, me elevo y penetro en la cabeza de seres que esperan ser leídos: por unos instantes, estoy fuera de sitio y el mundo no se atreve a reclamarme.
La culpa, la culpa, la culpa me asesina, fundada e infundadamente. ¿Cómo puedo perdonar, cuando soy yo la que ha de ser perdonada? ¿Cómo puedo olvidar esas horribles palabras, cuando yo llegué a pronunciar otras diez veces peores? Las personas (yo incluida) admiran a los ídolos que resplandecen en elevados pedestales, los hacen dignos de sus elogios y su confianza, les abren sus corazones y les confían su alma. No obstante, si a algún desdichado se le ocurre saltar los obstáculos y situarse al lado de su ídolo, ¿ha de sentir la mortalidad del homenajeado, envuelta bajo capas de bronce y acero? ¿Ha de contemplarlo con los mismos ojos ahora que escucha los palpitares lejanos de su humanidad? Ignoro cómo se conduciría una persona completamente noble y bondadosa, pues yo solo he conocido seres humanos, divinos en su imperfección y débiles en su soberbia. Como oí alguna vez, aquel que contemple cara a cara al ídolo, se liberará de su hechizo y querrá ser ídolo también.
Dicen que el orgullo es el peor de los miedos, pues no oye razones ni se aplaca ante el arrepentimiento. El orgullo se alimenta de ofensas pasadas, las revive y se dispone a atacar antes que permitirse ser humillado. Yo ya no poseo orgullo en relación a lo sucedido, solo tristeza y decepción: ha terminado por no importarme más que para recordarme lo venenosa, intransigente e inflexible que puedo llegar a ser. No me acobardaré ante el mal que hice ni del que, tal vez sin querer, fui víctima: la culpa fue mía. He reflexionado mucho, pero la bondad y tolerancia de personas que se han comportado de manera intachable conmigo me fuerzan a no desentenderme más de los hechos y asumir las consecuencias de una buena vez.
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