Archive for January, 2013

Jane Eyre

Wednesday, January 9th, 2013

Si hay algún tipo de películas que detesto, de hecho, son las comedias románticas. Basta que salga la lagartija despechada de Jennifer Aniston (piel naranja, cabello rubio-paja-california, bisílabos moluscoides,”sweetie”, “darling”, “sweetheart” y su perenne expresión de enajenada mental), la larva misógina de Steve Carrell o el panzón insufrible de Vince Vaughn, para que piense seriamente en cambiar de canal o tirar el dvd pirata al tacho. Notable excepción: Adam Sandler. Sus películas antiguas (The Waterboy, Happy Gilmore, Mr. Deeds) me encantan y si las repiten en alguna emisora whitetrashera, me emociono y las veo hasta el final.

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Aparte de las comedias románticas, confieso que también le guardo cierta antipatía a los dramas familiares sin muertos, las comedias adolescentes, las de acción sin una trama compleja y las históricas con moraleja edificante. Pero sobre todo, sobre toda mi jorobada espalda que lleva a guantando durante dos décadas la atlásica carga de prejuicios contra los finales felices, lo que más me enervan son las películas cursis, esperanzadoras y empalagosas: las películas de amor. Si una pareja se va a jurar amor eterno, ¡que alguno de los dos muera!….De otra forma, no tiene sentido.

Como todo buen principio anclado en la intransigencia de una cabeza bastante plutoniana, se me hace inconcebible un amor a lo Romeo y Julieta (yo diría que eran un par de adolescentes con las hormonas revueltas: Romeo cambiaba de amada como quien cambia de sombrero emplumado del Renacimiento y Julieta era una crédula maleable enamorada del amor, ambos sin una pizca de autoconciencia). Por eso, cuando vi la última versión (2011) de Jane Eyre, me emocioné hasta jalarme los cabellos.

El nuevo Rochester es mucho más cortés y simpático que el del libro, lo que no significa que sea menos agresivo. Es mordaz, obsesivo, iracundo, atormentado y tiene un humor del demonio. Jane, por otro lado, es serena, autocontrolada, distante, silenciosa, inteligente, pulcra y sobre todo, sensata. A primera vista, parece hecha de hielo (incluso, indolente); no obstante, más allá de esa capa de frialdad se esconde una mujer profundamente sensible que, debido a la orfandad, ha aprendido a vivir de manera frugal e independiente. Lo que más me gustó del personaje es la desconfianza que subyace bajo una aparente timidez, y la fuerza que oculta en su aspecto desvalido: en un primer momento, no se fía de las intenciones de Rochester y no le sigue el juego. Tomando en cuenta la época y la situación en que se encuentra Jane, su actitud me pareció increíble: ¿a cuántas huérfanas criadas en un ambiente femenino, entrenadas para convertirse en institutrices o amas de llaves, puede uno imaginar con tanto carácter y madurez? No puedo evitar pensar en ella como una suerte de excepción a la regla, una muchacha que, siendo aún niña, ha aprendido una premisa básica que la mayoría de jóvenes tienden a ignorar: no confiar en extraños.

¿Cómo es que una mujer educada entre y por sus pares puede, por así decirlo, “mantener los pies en la tierra” y ver la realidad dentro de las ilusiones que suelen germinar con facilidad en la mayoría de féminas? La espera del hombre ideal, el matrimonio, el amor eterno, el sacrificio, el ideal de esposa y demás mitos de sumisión solo pueden ser rebatidos por un contacto directo (e incluso doloroso) con el lado menos amable de la vida. Jane sufre la muerte de sus padres y el desprecio de su familia, quienes buscan apoderarse del patrimonio de la niña; posteriormente, es enviada a una institución fría y lejana. Evidentemente, los cuentos de hada quedan relegados a un oscuro rincón dentro de sus anhelos y sueños: su natural sensibilidad le impide deshacerse de ellos, pero sus vivencias le han mostrado que dejarse llevar por ellos puede ser peligroso. Así, ¿qué habría hecho cualquier otra ante la propuesta de Rochester? Me imagino a una muchacha cegada por la idea del amor, dispuesta a otorgar una “prueba de amor” al primer hombre que le ofreciera los versos más hermosos del mundo y una caminata bajo la luz de la luna. Debido a las limitaciones que sufrían las mujeres entonces, ese “sacrificio” le hubiera costado caro, sobre todo porque la mayoría de caballeros que mantenían amoríos con doncellas de menor categoría no cumplían las promesas de matrimonio, limitándose a dejarles un niño en el vientre y a darles unas cuantas monedas como compensación. Probablemente, Jane tenía esto en claro: traicionada por su propia familia, la vida le había enseñado a desconfiar y a andar por cautela. Rochester era un alma atormentada en busca de redención y quedó fascinado ante la sutileza y sosiego de la institutriz, una calma que se fue formando como si se tratase de una herida cicatrizada por el tiempo. En ella, a diferencia de Rochester, el sufrimiento y el dolor no transformaron su ser más íntimo en veneno y rencor, sino que le otorgaron sabiduría; él, por otra parte, sucumbió y llegó a ser perverso.

jane-eyre6-1024x692Cierto! También actúa Jamie Bell (sí, el de Billy Elliot)… Me encantó (y también me dio risa) la parte en que Jane siente el llamado de Rochester, y al buen clérigo (de nombre St. John, increíble pero cierto) casi se le salen los ojos de despecho:


Why have you not yet crushed this lawless passion?

IT OFFENDS ME AND IT OFFENDS GOD!

Y siguiendo con el tema en general, luego de ver algunas películas suyas (X Men: First Class, A Dangerous Method, Prometheus, etc.), acabo de descubrir a un actor genial: Michael Fassbender. Demonios, es hermoso como Judas Iscariote y sus actuaciones son sencillamente soberbias… Cada vez que lo veo, pienso “este tipo no debería existir”, y a pesar de ser ariano me parece glorioso (como la muerte, como Jesucristo, como Hades). Mi actor favorito sigue siendo Gerard Butler, pero gracias a un blog que acabo de descubrir hace unos días (Astrología Simple), exactamente en una entrada FABULOSA que recomiendo ver de todas formas: La prueba aries.

Ojo: no me gusta Aries. Lo considero un signo poco complejo, muy marciano y sin la profundidad característica de escorpio… PERO FASSBENDER ES COMO RAMBO, así todo rojo-muerte. Voy a ver “Shame”, y qué demonios con su desnudo, trataré de evitar pensar que lo hizo por razones comerciales o morbo. Sin embargo, que viva Gerard Butler.

Malasuerte

Thursday, January 3rd, 2013

Malasuerte tiene un nombre bonito y buenas intenciones. Siempre está en los momentos y lugares equivocados, saca lo peor de la gente, cuando quiere ayudar termina fregándola y cuando quiere fregarle la vida a alguien… termina haciéndole favores a su enemigo.  Malasuerte es como un signo menos: si lo antepones a algo negativo, da positivo. Al pobre le tomó una infancia sin amigos, una adolescencia sin novia y una temprana madurez sin trabajo darse cuenta de que no se trataba de algún tipo de ira divina, expiación involuntaria o maldición genealógica: a pesar de todas las tribulaciones que había padecido, en algunas ocasiones la suerte se le manifestaba, espontánea y fervorosa como una cachetada.

Malasuerte era relativamente infeliz y no se daba cuenta. Como todo buen ciudadano del mundo, vivía dentro de los confortables límites de las leyes que sus padres se habían encargado de meterle en la cabeza. Respetaba a los policías, llamaba “Monseñor” a los clérigos, cedía el asiento del autobús a las mujeres embarazadas y a los ancianos, se emborrachaba únicamente en los feriados, lustraba sus zapatos a diario y le temía más a la idea de la cárcel que a Dios. Si no hacía cosas “malas” (burlarse de los inválidos, visitar “mujeres de mala vida”, pedir dinero prestado, robarle al chino de la tienda, entre otras) no era debido a su recia moralidad, sino a su absoluta falta de iniciativa y vitalidad. Es decir: era un molusco blandengue y anodino cuyas emociones oscilaban entre el “no importa” y el “qué dirán”, una especie de mala parodia del mártir que sufre en silencio y espera obtener su recompensa en el Reino de los Cielos. Tenía el vago convencimiento de que debía comportarse “a la altura de las circunstancias” (frase de su madre) y demostrarle a sus verdugos que en el alma del señor Malasuerte no había espacio para las bajezas innobles de seres ignorantes y pendencieros como aquellos. Como es natural, sus atacantes lo tildaban de masoquista y le seguían el juego.

Malasuerte odiaba las confrontaciones, las películas dramáticas, las confesiones, el cheesecake de fresa y todo tipo de mascotas. Admiraba al Papa, a los empresarios y a los políticos; detestaba a los cantantes de rock, a los escritores  y a los autodidactas. Aspiraba encontrar el amor (es decir, conseguir una esposa diligente con quien procrear media docena de hijos), alcanzar el éxito con esfuerzo y dedicación (escalar posiciones desde su oscuro rincón de burócrata mal pagado aún si ello implicaba aguantar los caprichos del jefe-ballenato que lo sometía a humillaciones delante de toda la oficina), sacar a su familia “adelante” (comprar una casa de tres pisos donde fueran a vivir sus tiránicos progenitores y su sumisa futura esposa, mandar a sus hipotéticos hijos a una escuela privada y verlos graduarse de ingenieros, doctores o abogados) y vivir rectamente, conforme a las enseñanzas de sus padres (incursionar en la política y volverse ministro, salir en la televisión, que sus antiguos verdugos palidezcan de la envidia, que alguna jovencita inocente se enamore perdidamente de él, que su señora madre fallezca pacíficamente y que su señor padre viva sus últimos días en una lujosa casa de reposo, orgulloso de su hijo).

Malasuerte vivió con muchas penas y casi ninguna gloria hasta los veintinueve años. Un buen día, soleado y sin ningún contratiempo, decidió llevar a su padre al hipódromo. El venerable anciano aceptó acompañarlo, pero a regañadientes (“qué caballos ni qué ocho cuartos, la única vez que ganaste algo en tu vida fue cuando hiciste trampa en el sorteo de la canasta escolar.. ¡y vas a querer apostar, tú, pedazo de mula!”). Antes de tomar taxi, lo llamó “rosquete” unas seis veces y se la pasó cuestionando su hombría por varios minutos, hasta el momento en que apareció un tico destartalado y chatarresco que emitía canciones de la Nueva Ola a todo volumen. Confiado, el buen hombre se dispuso a hacerle señas al auto, para abordarlo… y su bienintencionado hijo lo apartó con suavidad, diciéndole que “esa basura” era peligrosa y que no expondría la seguridad de su padre. El anciano emitió unos cacareos ininteligibles y naturalmente ofensivos, que se fueron aplacando cuando Malasuerte vislumbró un Yaris límpido que tenía pegada en la ventana delantera una pegatina verde psicodélica de “Taxi”. El conductor era un cuarentón bien parecido y cortés que les cobró más que lo usual, pero al buen Malasuerte no le importó.

A los quince minutos, pasó un trailer de “Leche Ideal, La Cremosita” y arrolló al pulcro y brillante Yaris. El chofer terminó con el cráneo reventado. Su padre salió volando y se estrelló contra la acera. A Malasuerte solo se le dislocó el hombro.

CONTINUARÁ